Victoria, Gto.- El noreste de Guanajuato resguarda uno de los pocos sitios de pinturas rupestres formalmente abiertos al público en México. Se trata de la zona arqueológica Arroyo Seco, en el municipio de Victoria, a unos 95 kilómetros de la ciudad de Querétaro o 90 desde San Miguel de Allende.
Aunque desde el siglo XVI ya se tenía conocimiento de la existencia de arte rupestre en la zona, las llamadas “cuevas pintadas” de las que hacía mención el religioso Guillermo de Santa María, fue hasta la década de los setenta del siglo XX que comenzaron a hacerse los primeros registros e investigación arqueológica especializada.
En 2010, el proyecto de estudio de Arroyo Seco fue acogido por el Fideicomiso de Administración e Inversión para la Realización de Actividades de Rescate y Administración de Sitios Arqueológicos en el Estado de Guanajuato (FIARCA), culminando con la apertura del sitio al público en marzo de 2018.
En la región nororiente de Guanajuato, el arte rupestre fue una práctica ancestral que perduró durante varios milenios; a través de ella se expresaron las visiones del mundo más diversas y vinculadas generalmente con la cosmovisión de las sociedades antiguas.
Muchas de las rocas fueron pintadas durante ritos de paso, de fertilidad o de iniciación; también funcionaron como marcadores territoriales, de eventos históricos y astronómicos significativos, además de estar asociados a rituales terapéuticos. Cada sitio, cada motivo, es único e irrepetible, por lo que su investigación, protección y conservación se vuelve una tarea cada día más urgente y necesaria.
Arroyo Seco está localizado a escasos 2.5 kilómetros de la cabecera municipal y en las inmediaciones de un antiguo pueblo alfarero que cambió su nombre de San Nicolás de las Hornillas a Los Remedios, comunidad donde se localiza uno de los más importantes santuarios religiosos de la región, dedicado a la virgen de Los Remedios.
Los paneles pintados de Arroyo Seco están diseminados en las laderas de dos pequeños cerros conocidos localmente como La Zorra y La Tortuga (o Conjunto A y Conjunto B, por los arqueólogos) y que están separados por el caudal intermitente de los arroyos Seco y Grande.
Fue la arqueóloga Ana María Crespo quien, en la década de 1980, observó que la iconografía rupestre que se encontraba en ambas elevaciones naturales compartía una homogeneidad temática y técnica, por lo que decidió considerarlas como parte de un sólo sitio arqueológico.
En estos pequeños cerros se han documentado 46 conjuntos pictóricos que albergan varios centenares de motivos gráficos. Las pinturas tienen una motivación profundamente ritual, que dota al paisaje natural de una dimensión sagrada. Mientras que la mayoría de las imágenes plasmadas en el Complejo A miran al sol en el atardecer, los del Complejo B se orientan al amanecer.
Pese a la diferenciación que marca el nombre y ubicación de sus complejos, el arte rupestre de Arroyo Seco guarda unidad técnica y temática. En ambas elevaciones son mayoría los motivos geométricos y antropomorfos, aunque llaman la atención, en el conjunto B, unas pocas representaciones que no tienen eco en el A, como las escenas de caza y motivos fitomorfos, como los del peyote.
El arte rupestre representado en Arroyo Seco abarca una extensa franja de tiempo: desde varios siglos antes de la llegada de los españoles, cuando la zona estaba habitada por cazadores y recolectores; hasta avanzado el periodo colonial, pues también se hallan algunas representaciones de cruces y soldados.
Los colores más empleados fueron el rojo y el naranja seguidos del amarillo y el negro. Ocasionalmente se encuentran motivos pintados en blanco que por regla general pertenecen a tradiciones pictóricas tardías particularmente de la época colonial o posterior.
El murmullo del más remoto pasado plasmado en las pinturas de Arroyo Seco se ofrece a sus visitantes de martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas. Su hora límite de acceso es a las 16:00 horas, pues su tiempo medio de recorrido es de dos horas. La admisión general es de 65 pesos y de 20 pesos para menores de 12 años.
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